lunes, 7 de mayo de 2007

Javo y Spencer Tunick


Ingenuamente pensé que si llegaba al centro histórico a eso de las cuatro de la mañana, podría entrar con mi coche por Madero y luego buscar un lugar por ahí de Tacuba, Venustiano Carranza o alguna calle de esas. Luego podría caminar un buen rato para disfrutar la vista de la iluminación de los edificios e incluso de la Catedral. Me imaginé que vería un número algo mayor de personas a las que suele haber a esas horas, que la vigilancia policiaca sería la adecuada y que podría meterme a algún restaurante cuyo dueño, sabiendo de la coyuntura, hubiera desvelado a sus empleados para ofrecer café a los transeúntes. Creí inocentemente, además, que iba a buena hora. Sin embargo, no bien tomé por el Eje Central, el tráfico me revelaba que la convocatoria había desbordado cualquier expectativa, mía o de otros y más que unos cuantos madrugadores en el centro me iba a topar con una asistencia multitudinaria.

Al principio se me ocurrió que coincidíamos con una manifestación de los cuatrocientos pueblos hacia Bucareli, pero ¿Ese día y a esa hora? La hipótesis de que se trataba de antreros trasnochados también era imposible, sobre todo porque era fácil ver, aún dentro de sus autos, que todos llevaban ropa cómoda y caliente, pants, gorros, tenis, cosas que en su momento eran fáciles de desabotonar, de quitarse sin más trámite, como dictaban las instrucciones. Además, no sólo eso distinguía a la gente que ya caminaba sobre la calle: todos traían una hojita blanca en la mano, el formato de registro que imprimieron de Internet.

No había llegado aún a Lorenzo Bouturini cuando comprendí que dar vuelta a la izquierda sobre Madero iba a ser imposible. Supuse también, con certeza, que intentar un rodeo para llegar por Av. Juárez iba a ser inútil, como bien enseña haber quedado cercado más de una vez por una manifestación al Zócalo. Así que, tan pronto rebasé Izazaga, di vuelta a la izquierda, me estacioné por ahí y le puse a mi coche los cuatro elementos mínimos de seguridad que deben usarse en esta ciudad: la alarma, el freno de mano, el bastón y mi bendición. Me bajé y apuré el paso sobre el Eje Central. Una espina de duda se me enterró cuando vi a un grupo de jóvenes, cuatro hombres y dos mujeres (signo de la proporción de género que se dirigía al evento), con facha de universitarios caminar muy animados al asunto. No fuera yo a hacer el ridículo, un hombre a sus trenta y uno pretendiendo no tener inhibiciones para encuerarse por un poco de arte. Pero mis temores fueron disipados por una pareja de entre cincuenta y sesenta años que con pants iguales caminaban tranquilos tomados de la mano y que incluso me dedicaban una mirada y sonrisa condescendiente.

Di vuelta sobre 16 de septiembre a eso de las 4:15 y me tope con una cola impresionante. Pronto alguno de los organizadores comprendió que la pretensión de corroborar que no hubiera alcoholizados entre los participantes no era posible, por lo que la fila pronto se convirtió en dos, luego tal vez en tres, papel en mano y comenzamos a entrar cada vez más rápido. Muchachos con playeras nos iban distribuyendo a donde íbamos a quitarnos la ropa. Algunos traían cara de que habían pernoctado cerca y, yendo en grupo, había sido noche de fiesta, como sería casi todo lo demás.

Desnudarse ( O bicharse como dicen acá en Culiacán) y entrar a la plancha del zócalo fue más fácil de lo que podría parecer. Se sentía un acuerdo implícito de no mirarnos con lascivia, en restringir nuestro ángulo de visión de la horizontal que parte de nuestros ojos para arriba, por lo menos en ese primer momento. Dice Elías Canetti que uno de nuestros más profundos temores es el de ser tocados por lo desconocido, por eso usamos ropa, por eso nos metemos en casas que procuramos infranqueables, por eso las cercamos con vallas. Cuando viajamos en el metro, a pesar de la cercanía, evitamos el contacto, ponemos barreras, exigimos territorios. Sin embargo, la fusión con la masa, siempre de acuerdo con Canetti, es la inversión de ese temor, mientras más densa la masa, menos temor a ser tocado. Y esa inversión se multiplica si, además, se quita uno la última defensa, si se queda uno en cueros. La masa se funde, nos hace perecederamente iguales en lo que seguimos las instrucciones aunque no las escuchásemos, muestra de que la masa ha establecido las reglas, ha creado su red nerviosa que transmite órdenes. Y el frío es secundario si es compartido y la desinhibición comienza a expresarse en uno que otro Goya que nos va descubriendo que estamos alrededor de todos que son uno mismo. Y luego un “Voto por voto, casilla por casilla” se convirtió en un “Foto x foto, desnudo por desnudo”, al que le siguió un “Norberto-Rivera, el pueblo se te encuera” que más que consigna de combate era broma cruel.

Éramos los que realmente existimos. Ahí estaban las lonjas, las celulitis, las panzas, los vellos abundantes por todos lados, en la espalda, las pantorrillas, el pecho, la panza misma peluda a más no poder, las cicatrices, los tatuajes, las manchas, los senos caídos, las nalgas flácidas, los pies chuecos, las columnas encorvadas. Sin pena, descubriendo que lo raro son las pieles perfectas, los cuerpos esculpidos, los rostros bellos. Reitero mis certezas: la televisión no refleja la realidad, ni siquiera cuando quiere hacer telenovelas que trasciendan. Su filtro de rostros y cuerpos dejaría fuera a casi todos los que estábamos ahí. Nos faltó algo: la bandera. Pero no faltará quien lo arregle con photoshop, estoy seguro.

Para cuando nos acostamos en el suelo, las bromas y el ambiente ya habían superado la idea de que estábamos desnudos. “¿Podría hacerse un poquito más para allá, sus pies me quedan a un lado del cachete?” Me dice la señora gorda que, de pie, estaba a dos personas delante de mí. “Sí, cómo no, no se vaya usted a desmayar con el delicado aroma de mis patas”. Y Tunick recibía, hasta su canastilla, un persistente “Cabrooooón, también encuérate” que, al parece, o no escuchaba o no se lo traducían.

Y yo que deje el calocito de 47° en Culiacán para venirme a sufrir fríos en Chilangolandia. La neta de netas, hacía mucho frío.

Yo no sé si había panistas entre los participantes, pero si ahí estaban, ninguno se atrevió a responder el “Caaalderoooón, no tengo nada que ocultaaaar” que alguien lanzó. Se me ocurrió entonces si para que hubiera tanta gente había tenido algo que ver el conflicto poselectoral, el debate sobre el aborto, la incertidumbre de la violencia del narco. Me preguntaba si los motivos tenían que ver con un ánimo de venganza contra los poderosos, una válvula de escape construida al pensar que estábamos ahí haciendo algo que normalmente nos hubieran prohibido y que ahora no nos podían impedir. En lo individual, por vía de lo colectivo, se trataba sin duda de un acto de libertad, de una utopía realizada, de un paraíso en la tierra. De un pellizco a la impunidad que sufrimos, pero que envidiamos.

Pero si se hubiera prolongado mucho no hubiéramos evitado echarlo a perder como Adán y Eva en el paraíso. Cuando estábamos en posición fetal, el que estaba a mi lado no pudo reprimir levantar la cabeza para decir “oooórale, nunca había visto tantos asteriscos juntos”, que provocó más de un ssshhhh y muchas risas. De todos modos era preludio de que venía cierto hedor. Cuando nos desplazamos para la última forma, caminada que agradecí porque la posición fetal había durado mucho y me estaban aquejando mis viejos calambres en las piernas, levantar la mano izquierda y el índice llevó a otros a bromear con un “Ahora todos, píquenle al de enfrente”, al que, después de las risas, le siguió un “Cambio de mano…”. No faltaron tampoco los encuentros casuales… “Vecino, qué gusto ¿cómo le va?”, pero obviamente el asunto no estaba para estrechones de mano, menos para un abrazo cordial.

Dicen que alcanzar el arte, expresión más elevada de la naturaleza humana, nos permite alzarnos lo más lejos posible de nuestra condición de bestias, por ello una de sus expresiones simbólicas es la unión del dedo de Dios con el Humano que está en la Capilla Sixtina, nuestra huella rozando lo divino. Pero dicha sublimación no rompe nunca la cadena que une al ancla que nos aferra al lodo de nuestra podredumbre, por mucho que la estire. Al final, por un error que me parece injustificable dada la experiencia de Tunick, la utopía se rompió cuando mandaron a vestir a los hombres dejando desnudas a las mujeres para la última foto. Volvimos a ser diferentes. La magia se rompió. Peor aún, las dejamos vulnerables y más de uno no evitó la tentación de sacar de entre sus ropas, ya vestidos, su celular con cámara fotográfica. Cuando una vez, por fin, en este país, así fuera fugazmente, se había construido un espacio libre de misoginia, cuando desnudos, habíamos compartido una experiencia sin igual con las mujeres, junto a ellas, en el mismo plano, al mismo nivel, la imbecilidad tenía que echarlo a perder. Según se, la mayoría de esos juguetes sacan fotos y videos de calidad infame, pero la ocasión a la bajeza es un manjar que no se desprecia. Así que no sólo hubo quien aprovecho para robarles su íntima, valiente individualidad sin su permiso, ya desvanecida la masa, sino que además aprovechó para exhibir su subdesarrollo: “Mamacita, que buena pechuga”. Y ellas tuvieron que vestirse con prisa, con un pudor y vergüenza que suponíamos conjurados. ¿Qué no se imaginó Tunick las consecuencias? ¿Qué nadie le advirtió la inconveniencia de ese último capricho? ¿A nadie se le ocurrió pensar en nuestra idiosincrasia? Desde donde estaba, ya vestido, vi además que en ese instante estaban entrando mirones por Madero, haciéndoles a ellas más difícil encontrar su ropa y vestirse y no dudo que hubiera quién se quedó sin ropa. Ignoro si los organizadores, creyendo que ya estaba el acto concluido, quitaron las cercas o alguien las rompió, el caso es que venía un grupo corriendo para ver, decir, burlarse. O sea, no faltó el negrito en el arroz, pero yo digo que es culpa de Tunick, de nadie más.

Al final no faltó el loco que no quería vestirse, que seguía corriendo desnudo por ahí queriendo prolongar el segundo de gloria al que aspiramos todos. ¿Y mis motivos para ir? Bueno, esos nadie los conoce. ¡¡¡¡ Quizá ni tuve !!!!

Saludos cordiales a todos los Plebes, Comas, Compas y demás....

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